Ya que estoy, felicito la primavera.
¡Hola! Antes de nada, creo que toca felicitar esta hermosa estación de días un poco más largos, temperaturas más suaves y, para mí, una transición paulatina al jubiloso periodo estival. Así que, ¡FELIZ PRIMAVERA!
Ya iba tocando publicar un relato por aquí, así que estos días he estado dándole vueltas a qué escribir: quería hacer algo diferente, algo que no hubiera escrito hasta ahora. ¡Y lo tengo!
Hoy comparto un microrrelato en el que lo protagonista es la «no-sorpresa». Me ha parecido interesante centrarme más en narrar cómo acontece la historia que en qué pasa en la misma.
No me enrollo más, que tampoco es para tanto.
Recuerda que, también en primavera, ¡me encanta el feedback!
¡Nos leemos!
Una mañana
Esa mañana me aseé, me vestí, desayuné con Nora y salí de casa para ir a trabajar. Me había levantado antes de lo habitual, podía permitirme ir a un paso un poco más lento a la oficina, observando un poco más todo eso que habitualmente no me paraba a apreciar. Pensé que sería interesante, no solía tener la oportunidad de saludar al panadero o de fijarme en cómo estaban los árboles de la Plaza de la Pontanilla. Todos los días salía de casa justo de tiempo, dando los buenos días a unos y a otros sin detenimiento alguno, por pura inercia. Esa mañana quería que fuera diferente, quería disfrutar del camino hasta el trabajo, saludar a la gente, prestar algo de atención a lo que me fuera encontrando, apreciar olores, sonidos, colores, leer algún cartel de tantos que veía por la avenida Federico García Lorca… sí, esa mañana quería convertir la automatizada caminata de casa a la oficina en un plácido y tranquilo paseo. Y así lo fui haciendo: saludé a los madrugadores barrenderos, observé el tono aún oscuro del cielo, me percaté de que el restaurante chino había cambiado de nombre y de aspecto y aprecié todo un mundo que no solía ver. Los carteles anunciaban un concierto de jazz en el auditorio José Martín Recuerda, pinos visitados por cantarines gorriones adornaban la Plaza de la Pontanilla y el panadero sacaba del horno delicias varias que no llegaba a ver pero olía de lejos. Ocurrió todo lo que me imaginaba que pasaría, sin gran sorpresa. Fue tal y como me lo imaginaba, una mañana como cualquier otra, pero vivida de otra forma.
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