Existe una envidia inevitable, la llaman «envidia sana».

¡Hola! Hoy comparto un relato que acabo de escribir, en un intento de explicar que no todo es tan bonito como se ve. Y es que a menudo vemos situaciones que pueden parecernos mucho más confortables de lo que son.

Por eso, mediante este relato, me gustaría hacer un llamamiento a darle valor a cada momento vivido y a cada logro conseguido, por pequeño que parezca, tanto nuestro como de otra persona. No conocemos las circunstancias de los demás ni por lo que han pasado para alcanzar el estado en el que se encuentran. Respetemos y admiremos sin juzgar.

¡Recuerda que me encanta el feedback!

¡Nos leemos!

Atardecer sin permiso

Caminaba descalzo por la arena, llevaba los zapatos en la mano. Le había dicho a Miguel que me esperara en el coche, aunque sabía que me seguía y observaba lo que hacía. Me abrí dos botones del cuello de la camisa y los de los puños, necesitaba sentir el aire entrar de lleno en mis pulmones, no de manera dosificada como en las tensas reuniones con el embajador de turno o en las recepciones oficiales cada vez que tenía que recibir a la diplomacia. Necesitaba sentir algo de libertad.
Eran las nueve y estaba atardeciendo. Iba muy cerca de la orilla, el mar estaba calmado, pero de vez en vez llegaba alguna ola que me mojaba los pies. Esos blancos y cuidados pies de príncipe que me recordaban que nunca había podido ni caminar descalzo cuando quería.
El sol se estaba poniendo, el cielo se vistió de una gama de ardientes tonos anaranjados y rosados. Me senté en la arena a observarlo, eran las nueve y media, quedaba poco para la cena y al día siguiente tenía que volar a Ginebra, donde se había decidido que iba a estudiar. Estaba tan absorto en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que había llegado gente a la playa. Charlaban en voz alta, reían, alguno incluso se bañaba… de repente, un pequeño objeto redondo llegó a mi espalda, era una pelota que se le había escapado a alguien. La cogí y me giré a ver de quién era. Un chico de mi edad se dirigía hacia mí en su busca:
– ¡Perdona, se nos ha escapado! – dijo.
– ¿Tenéis permiso para jugar aquí? – pregunté.
– ¿Permiso?
–Da igual, aquí tienes. – dije sonriendo y dándome cuenta de la pregunta tan absurda que le había hecho.
– Gracias.
Lo observé volver hacia el que deduje que sería su compañero de juego, puede que su amigo. Pasé de observar el mar y el color cada vez más oscuro del cielo, a observar a los jóvenes que jugaban en la arena. No tenían que mirar el reloj, no tenían a ningún guardaespaldas que les vigilara, se podían bañar si les apetecía. Estaban jugando a las palas, sin ninguna otra preocupación que la de golpear la pelota antes de que tocara el suelo. Un sentimiento de envidia mezclada con resignación me invadió el cuerpo. Me habría gustado tanto poder ir a la playa cuando quisiera, sin vigilancia ni limitaciones, sin tener que avisar a nadie, sin tener que rendir cuentas a nadie. Me habría gustado tanto ser libre.
Cerré los ojos, suspiré y tomé aire para volver a mi rol de príncipe que comenzaba sus estudios de bachillerato en Suiza en una semana. Volví al coche, Miguel me esperaba con una puerta trasera abierta.
– Son las diez, señor, debemos darnos prisa para llegar a la cena. – dijo con su habitual cara inexpresiva.
– Diremos que se ha pinchado una rueda volviendo de la entrega de premios.
– Tendrá más tiempo libre en Suiza, allí no tendrá tantos compromisos.
– Tendré tiempo a secas, Miguel, tiempo sin tareas, pero no libre. Y ya está.

4 Responses

  1. Tenemos libertad para elegir. A veces elegimos mal, nos equivocamos y no podemos rectificar. Llegarán nuevas decisiones, y las tomaremos libremente. Con un poco de suerte, y sin errores, podemos disfrutar de pequeñas libertades, pequeñas satisfacciones q aligerar nuestra existencia

  2. El texto refleja claramente por qué la envidia es un sentimiento absurdo y en muchas ocasiones, autodestructivo, puesto que solo la sufre quien la padece. Hay que tener cuidado con lo que se desea porque todo tiene su parte negativa. ¿De qué sirve desear ser famoso si luego no tienes intimidad y tienes que ocultarte para que no te persigan por la calle? ¿De qué sirve llegar a una edad muy avanzada si luego tienes un deterioro cognitivo? ¿Para qué sirve tener un cuerpo que siga el canon de belleza si luego con el paso del tiempo se arruga como una pasa? ¿Y para qué sacar 10 en todo si luego no te sabes desenvolver en el mundo laboral? Como sucede en muchas carreras.

    La gente se suele fijar más en lo que le falta, en vez de valorar lo que tiene. ¿Qué es lo que tiene de sano la envidia si al final te quedas con ese sufrimiento de no tener lo que tiene el otro, aunque le aprecies o admires? Lo único que podría ser de utilidad es la motivación para lograr tus propios objetivos, sin tener que fijarte en todo momento en la otra persona.

    Y ya está.

    • Carpe Diem y valorizacion de si mismo, esto me encanta…
      Un relato bien llevado, desde el principio hasta el fin!
      Yo que tu, suprimiria repeticiones inutiles que no aportan nada y le quitan fluidez, pero de eso hablaremos en privado.

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