Esta vez traigo un relato sin fin… ¡que no! Que no es por largo, ya verás.

¡Hola! En esta ocasión quiero compartir un relato breve (casi un microrrelato) en el que he estado trabajando. No he escrito muchos relatos, así que me da mucho respeto incluso llamarlos así. Pero creo que pueden dar mucho juego y que se pueden hacer cosas muy interesantes. Y es que al ser más breves que una novela, por ejemplo, creo que nos permite «jugar» más directamente con el lector y hacer uso de herramientas narrativas sin gran complicación.

Este que traigo, en concreto, es un thriller no resuelto, incluso se podría decir que está incompleto. Pero ¿por qué no dar solo los recursos básicos para que cada uno le dé su propia interpretación? A mí, personalmente, me gusta mucho tener la libertad de imaginarme lo que pasa y cómo pasa, me parece un «juego» muy bonito entre autor y lector. Me atrevería a decir que es lo bonito de la literatura.

«La literatura, la de verdad, no solo nos entretiene sino que nos da libertad.»

ISFELA

Repito que no he escrito muchos relatos y que hablo, siempre, desde la máxima humildad, así que escribo estas líneas con el ánimo de compartir cómo ha sido mi experiencia y de contrastar ideas, que no de aconsejar ni de dar clases de escritura a nadie.

En cualquier caso, y sin más dilación, comparto con vosotros este escrito, y espero transmitir con ello mis ganas de seguir aprendiendo a usar las diferentes herramientas narrativas y definiendo mi estilo.

¡Dejadme vuestras opiniones en los comentarios!

¡Nos leemos!

REMORDIMIENTO

Esa mañana se despertó exhausto, peor que cuando se había acostado, no le dejó dormir el maldito recuerdo clavado en su mente desde la tarde del día anterior, esos gritos… – de hecho, solo se pudo quedar dormido gracias al agotamiento físico y mental que tenía –. No le quedaba otra que levantarse, intentar ocupar su mente en algo. Se levantó con pesadez, estirazó sus brazos y su espalda intentando espabilarse, intentando olvidar… Intentando que el oxígeno en sus músculos y la oxitocina que se esforzaba en liberar le ayudaran a superarlo o, al menos, a olvidarlo durante un rato. Fue inútil. Fue al baño, se aseó con vagancia y rapidez, con agua muy caliente y haciendo especial énfasis en la cara y en las manos – puede que en un intento de limpiar su conciencia – y se puso un chándal. Tenía el estómago cerrado, pero también vacío, y sabía que necesitaba echarse algo a la boca. Se comió unas galletas que tenía en la despensa. No cabían en él el hedonismo ni la exquisitez. No le gustaban esas galletas, le sabían a cartón con azúcar, esas galletas llevaban meses en la despensa… pero en ese momento solo importaba calmar el hambre.

La angustia por el recuerdo de lo que había pasado no cesaba, por el contrario, crecía. Se preguntaba una y otra vez cómo había podido hacer eso, si verdaderamente había sido una víctima o simplemente un auténtico hipócrita.

No podía más, necesitaba una tregua, despejar la mente por un momento. Pensó que ocupar el cuerpo le haría ocupar, o silenciar, su pensamiento. Salió de casa con la intención de correr, eso le hacía sentirse bien – o al menos, ocupaba su mente – y cuando empezó a calentar, mientras movía una pierna, recordó la mano de Gema aferrándose a él, llorando, gritándole que hiciera algo, cuando aquel hombre se la llevaba a la fuerza y él tan solo podía observar. Una fuerte presión empezó a invadirle el pecho, pronto la sintió también en la cabeza… la tortura del sentimiento de culpa comenzaba.

Empezó a trotar inmediatamente…

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