Ahora sí: la última del año.💁🏻♂️
¡Hola! Hoy quiero compartir por aquí un poco de balance de este 2022 en el blog y mis deseos para el 2023.
Como he dicho en alguna ocasión, siento que mi año no empieza en enero sino en septiembre, pero el ambiente que se da por estas fechas me incita inevitablemente a la reflexión, a la introspección y a meditar sobre los pasos que he dado en este ciclo solar. Este 2022 ha estado lleno de cambios, de tránsitos, de cierre de algunos ciclos y comienzo de otros… ¡y de mucha escritura!
Comencé mi periplo por el blog en enero y puedo decir que, a pesar de las épocas de menos actividad, estoy bastante contento con lo que he escrito y lo que he compartido por aquí. He obtenido un feedback muy interesante, he experimentado con diferentes herramientas y he llegado a mucha más gente de la que pensaba. Deseo pues, avanzar en mi producción literaria, al menos, al mismo ritmo que hasta ahora.
«Necesito empatía, así que empezaré teniéndola».
ISFELA
La reflexión más interesante que saco de este 2022 es que el mundo necesita empatía: a menudo, desconocemos las circunstancias de personas con las que tratamos, juzgamos sus acciones o sus demandas sin conocimiento suficiente. Por eso, me he propuesto pararme a meditar un poco antes de juzgar a nadie. He llegado a esta reflexión porque también he sufrido momentos en los que he sentido que no se estaba teniendo empatía conmigo, así que hago caso al consejo atribuido a Ghandi «sé el cambio que quieres ver en el mundo».
No me quiero extender mucho más en esta entrada, así que te deseo un nuevo ciclo solar lleno de realización personal, ilusión, objetivos cumplidos, paz y mucho amor.
Y el bonus track de esta entrada, por si creías que todo sería reflexión, es un microrrelato (que también tiene algo que ver con la empatía).
Ya sabéis… ¡me encanta el feedback!
¡Nos leemos!
Las bodegas de Lyon
Era medianoche, estaba cansada, el traqueteo del vagón y la poca pero suficiente comodidad del asiento en el que iba, hicieron que a Samantha le pesaran los párpados. Con su abrigo tres cuartos, su cara de cansancio al natural y su recogido desenfadado rematado con un palillo de madera, la articulista volvía a París con toda la información que necesitaba para redactar el encargo que le habían pedido sobre la restauración de unas bodegas de Lyon, el tema del momento. Samantha estaba reventada, sintió que podría relajarse unos instantes y cerrar los ojos para descansar un poco después de tres días sin dormir.
—Madame… —la voz del camarero la despertó.
—No, gracias, no voy a tomar nada… merci. —respondió sin abrir los ojos.
—Excusez-moi, madame, está usted sangrando.
—¿Cómo? —al abrir los ojos, Samantha pudo ver la cara de preocupación y desconcierto del joven.
—Su pierna… ¿se encuentra bien?
Samantha no sabía cómo reaccionar. Efectivamente, un ligero pero vistoso río de sangre le llegaba ya al suelo, se levantó apresurada con la intención de ir al baño, pero le fallaron las fuerzas. El camarero la sujetó para que no cayera.
—¿Se encuentra bien? ¿Necesita ayuda? —entonó el joven con cara de no saber qué hacer.
La periodista, sujeta aún por el camarero en mitad del vagón, apenas podía hablar, se tuvo que esforzar para contestar.
—Qué pregunta… claro que necesito ayuda, ¿no ve que estoy sangrando? ¿no ve que estoy débil? ¿qué tiene que hacer una persona en esta sociedad para que le hagan caso? No basta con avisar de que se encuentra mal, no basta con que la vean sola y desesperada, no basta con decir que no puede con tanto…
—Relájese, madame, siéntese… —dijo el camarero.
—¡No quiero sentarme! —Samantha empujó con la poca fuerza que le quedaba al joven muchacho y se dejó caer al suelo de rodillas. —Quiero caerme, quiero sentir el dolor de perder lo que se estaba gestando en mí, quiero bañarme en sangre para que el mundo se dé cuenta de que estoy sufriendo.
La expresión de Samantha era una mezcla entre enfado y tristeza, lloraba con las manos en el vientre. Estaba perdiendo el único motivo que tenía para seguir luchando, el único recuerdo que le podría haber quedado de Peter Griffiths. Todo ello por el capricho del redactor jefe de tener un artículo sobre unas bodegas que a nadie interesaban. Le había dicho a su familia que no se encontraba bien, pero los ingleses hicieron caso omiso y Samantha se vio sola en mitad de París, embarazada de un reportero de guerra desaparecido al que había amado con locura y por el que abandonó su país, vivieron juntos allí hasta que él se fue a Ucrania a cubrir un reportaje. Cada retortijón le hacía ver a Peter más lejos, sentirse más sola y con menos ganas de seguir adelante.
—Le he traído agua. —el camarero le acercó el vaso.
Samantha respiró hondo y se vino abajo.
—Gracias. —dijo al fin.
—¿Cómo puedo ayudarla? ¿Busco un médico?
—No hace falta.
La periodista se levantó del suelo como pudo, entró al baño lidiando con el traqueteo del tren, se limpió la sangre que pudo, se lavó la cara con el ánimo y las fuerzas que pudo y volvió a su asiento. Samantha siguió el viaje igual que lo emprendió: sola.
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