Escribir sin escribir es escribir de verdad.💁🏻‍♂️

¡Hola! Esta vez, ya con muchas ganas, os traigo un relato que empecé a escribir hace un tiempo y que dejé aparcado. Lo he retomado estos días y creo que ha tomado una dirección interesante.

Ya sabéis que me encantan los «juegos» autor-lector y dar libertad para que cada uno interprete lo que su mente o su imaginación le permita. Por ello, al ver que se me resistía terminarlo, decidí que el lector lo hiciera por su cuenta. ¡Ojo, no es que esté incompleto! Es que vosotros decidís hasta dónde y cómo llegar.

Sin enrollarme más y con todo el orgullo de la elipsis que he hecho, aquí os lo dejo.

Sé que siempre lo digo, ¡pero es que me encanta el feedback!

¡Nos leemos!

Garam masala

Me preparé una infusión de cúrcuma, pimienta y jengibre, el día había sido duro y lleno de emociones. Me senté en el sofá del salón, solo con la leve penumbra de la luz que entraba por la ventana. Sin duda había sido un día demasiado intenso, necesitaba descansar incluso de la luz. Los ingredientes de mi infusión me trasladaban a la picante, colorida y ajetreada India que me había acogido hasta seis meses atrás. Mis días en Nueva Delhi, a pesar del bullicio y el constante movimiento, me recordaban la tranquilidad con la que podía vivir y me refugiaba en ese recuerdo para evadirme de la realidad que me había tocado vivir en Málaga.
Aquella mañana me había tocado llegar más pronto de lo habitual al trabajo, me llamaron a las 6:00 h para cubrir la noticia de un altercado que había tenido lugar en la estación de autobuses. Cuando terminé de cubrir la noticia, entré en la cafetería de la estación, mi compañero prefirió irse directamente a los estudios para empezar a montar el contenido. Me apoyé en la barra mientras me servían el café, necesitaba espabilarme. De haber sabido con lo que me iba a encontrar no me habría pedido ese café. Un autobús procedente de Madrid acababa de estacionar, se apeaban de él aparentes viajeros cansados que cogían sus maletas de la bodega y se alejaban en direcciones dispersas: algunos iban a buscar un taxi, otros buscaban a sus seres queridos para abrazarlos y otros entraban en la cafetería para hacer tiempo y luego continuar con su ruta. Todos parecían ir de viaje excepto uno, que venía con un objetivo muy concreto: Jeffrey Clifton se apeó el último.
Durante mi estancia en India, Jeffrey había sido una pieza clave para que me sintiera como en casa en un país que desconocía por completo. Nos conocimos en un centro en el que impartían clases de hindi para extranjeros, resultó ser un amante de España y mi procedencia le supuso la excusa perfecta para acercarse a mí. Un jueves, después de clase, me propuso una ruta alternativa para volver a casa. Hasta entonces me había ceñido a cubrir las noticias desde casa y a ir a las clases de hindi sin entretenerme en hacer turismo, lo veía difícil al no tener ni idea del idioma ni de la cultura de allí. Jeffrey me condujo por mercados y calles más humildes que las que solía transitar, me enseñó a regatear en los puestos y a esquivar motos por las callejuelas. A partir de entonces, adquirimos el hábito de quedar los jueves y hacer algo diferente. El rato de diversión de después de clase se convirtió en un espacio de desconexión de la rutina que me vino muy bien. Jeffrey también me descubrió sitios en los que dar un respiro de tanto picante a mi estómago con comida algo más internacional. Él llevaba cinco años viviendo en India, había estudiado lenguas asiáticas e impartía clases de inglés en el centro al que yo iba. Primero, Jeffrey fue mi guía para ir conociendo la ciudad y su cultura, me explicó el cruelmente jerárquico sistema de castas; más tarde, empezamos a hacer senderos, a asistir a fiestas convocadas por sus alumnos de más alto estatus social, a divertirnos entre saris vestidos por occidentales que buscaban aventuras fugaces durante su estancia en el país… Jeff y yo devenimos en una especie de refugio ante tanto choque cultural para ambos. Él era inglés, muy organizado en su trabajo y moderado en el ocio, todo lo contrario a mí, pero teníamos maneras muy similares de ver la vida y de disfrutar de sus placeres. Jeff y yo nos necesitábamos, los indios eran hospitalarios, cercanos y cálidos en el trato, pero nunca nos llegábamos a sentir integrados entre ellos, puede que por nuestro color de piel o nuestra manera de vivir tan distinta a la suya. Así que entre nosotros se produjo una curiosa sinergia que hacía que tuviéramos nuestro espacio de diversión a lo occidental en mitad de la India.
Cuando me terminé de aclimatar al país, tuve que volver a España por orden de mis jefes, nada abiertos a la negociación del traslado. Pensaba volver a España unas semanas y encontrar la manera de volver a la India, me había enamorado del país y estaba muy a gusto, sentía que era el lugar en el que debía estar. Me despedí de India y su gente con un hasta luego, con la esperanza en volver más pronto que tarde, pero no fue así. A mi regreso a España encontré mucho más que un simple traslado temporal, la empresa para la que trabajaba no estaba en su mejor momento y tuvo que recortar en gastos, no podían seguir manteniéndome como corresponsal en India. A partir de entonces, pasé a tener más trabajo por el mismo sueldo: me tocaba redactar, cubrir noticias, documentar, maquetar e incluso fotografiar. Eché currículum en todos lados, hablé con conocidos del gremio por si me podían ayudar a conseguir un puesto con mejores condiciones. Nada. Los astros se habían alineado, pero para mal, para no permitirme salir de aquel círculo de trabajo mal pagado y monotonía.
Jeffrey se dirigió hacia mí, yo no me atrevía a moverme. Ni siquiera sabía cómo saludarle.
—Jorge… —dijo llamando mi atención.
—Hola. —un frío y seco saludo fue lo que me salió.
—Pareces haber visto un fantasma.
Ciertamente sentí haberlo visto, mis últimos días en India fueron muy estresantes, tuve que preparar muchas cosas en muy poco tiempo. La noche antes de embarcar para volver a España, Jeffrey trajo la cena a modo de despedida. Todo lo que pasó después de aquella cena, me hizo enterrar a mi yo de hasta entonces, fue un punto y aparte después del cual se emborronó todo lo escrito anteriormente. Abandoné la sudorosa y gitana India con mil preguntas para las que necesitaba encontrar respuesta, pensaba hacerlo cuando mi situación se estabilizara, pero mi nueva rutina en Málaga no me daba tiempo ni para pararme a pensar. Ver a Jeffrey después de seis meses, de repente y sin haber tenido contacto con él en todo ese tiempo, me trastocó del todo.
—Tengo que irme.
—¿Ya? ¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿Así me recibes? —el semblante de Jeffrey mostraba desconcierto y decepción.
Escribí en una servilleta mi dirección y se la di a Jeff.
—Debajo del felpudo hay una llave, ponte cómodo. —indiqué frío y conciso. —Ahora tengo que irme.
Terminé de trabajar agotado, solo quería relajarme. Volví a casa tan cansado que ni siquiera supe qué camino había tomado para llegar. Abrí la puerta, crucé el umbral y entonces recordé a quién me iba a encontrar allí. Jeffrey estaba sentado en el sofá, no había encendido la televisión, intuí que ni siquiera se había movido del salón en todo ese tiempo. Me esperaba.
Cuando lo vi me acerqué despacio al salón. Se me ocurrió sonreír para compensar el trato tan distante que le había brindado esa mañana.
—Hola. —dije en un tono suavemente simpático.
La cara de Jeffrey expresaba muchas cosas a la vez: ira, incertidumbre, alegría, emoción… Se lanzó hacia mí de un salto, con una intención algo impredecible…
Jeffrey entró a ducharse. Con la infusión entre mis manos, entre sorbo y sorbo, empecé a buscar respuesta a las tantas preguntas que tenía pendientes y que volvían a protagonizar mis pensamientos.

2 Responses

  1. ¿porqué termina así?… me parece precipitado, se ha cortado el diálogo justo donde parecía comenzar algo… me he quedado en suspense y un poco ¿enojada?
    jajajajajajaja
    literariamente, quitaría algunas frases y retocaría otras.
    La narrativa que empleas, ¿has probado a cambiar «el que narra»?
    Gracias por escribir y compartir.

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