Té, café, cubata… disfruta de esta entrada con lo que quieras.🍵☕️🍷

¡Hola! Vuelvo por aquí con un microrrelato que he «vomitado» hoy mismo. Sigo confirmando que la inspiración, muchas veces, se encuentra cuando se busca.

«La inspiración se encuentra cuando se busca».

ISFELA

He dedicado mucho tiempo a esperar y me doy cuenta de que las ideas no nos vienen solas de la nada, no llegan a nosotros sino que nosotros llegamos a ellas a través del esfuerzo y la constancia. No hay que forzar la escritura, cuidado, pero tampoco creo que haya que esperar a que la historia que estamos deseando escribir llegue a nosotros por arte de magia. Incluso creo que es algo que no solo atañe a los escritores, al fin y al cabo, para que algo llegue hay que buscarlo. Tranquilidad, no me voy a poner a reflexionar.

Sin más dilación —mira que me gusta esta frase—, aquí dejo el microrrelato de hoy.

¡No olvides que me encanta el feedback!

¡Nos leemos!😉✍️🏼

Inspiración

Una pantalla en blanco, eso seguía teniendo frente a mí a la una de la tarde. Escribía dos palabras y borraba tres, llegaba a redactar dos renglones para borrarlos inmediatamente después. El tictac del reloj de la pared no hacía más que aumentar mi nivel de frustración. Ninguna idea, ningún disparador, en ninguna postura me venía algo de inspiración. Lo peor llegaba entonces, el teléfono empezó a sonar.
—¿Sí?
—¿Qué tal, Alejandro? Soy Eva, de Ediciones El Letrero. — dijo la voz al otro lado del teléfono.
—Sí, es por la novela, ¿verdad?
—Efectivamente, no queremos presionarle pero la necesitamos antes del día cinco.
—Disculpe que no les haya dicho nada hasta ahora, está casi lista, pero ya sabe que siempre hay cosas que revisar. La tendrán antes del cinco, no se preocupe. —mentí.
—No sabe cuánto me alegra oír eso, de verdad. En ese caso, no le distraigo más. Que se dé bien.
—Muchas gracias, sigo con la tarea y en cuanto la tenga se la envío.
—Perfecto. Estamos en contacto. — dijo la secretaria con voz alegre.
Cuando colgué el teléfono, después de la pantomima que le conté a la secretaria del editor, miré el reloj: las tres de la tarde. Había pasado toda la mañana y el mediodía sin escribir nada y necesitaba terminar la novela en diez días. Estaba bloqueado, nada de lo que escribía parecía tener sentido ni poder ser el comienzo de alguna historia. No era el momento, tenía la mente en otro sitio y no podía concentrarme. Sabía cómo acabar con ese bloqueo, no era la primera vez que me pasaba. Tenía que terminar de descuartizar el cuerpo que tenía en la bañera y deshacerme de él para continuar con la redacción. Era lo que me inspiraría con seguridad.

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