¿Te hace un relato?

¡Hola de nuevo! Me alegra mucho volver a estar por aquí y compartir un relato en el que he estado trabajando estos días. Si has leído más entradas de mi blog o me conoces, sabrás que no suelo publicar narrativa y cuando lo hago me siento con mucha responsabilidad ante algo tan difícil y que me supone un reto, como ilusionado y expectante por saber qué te parece.

Sin más dilación, aquí dejo El Cuaderno.

¡Nos leemos!

EL CUADERNO

Escribir algo, eso necesitaba. Me levanté dando un salto de la hamaca en la que llevaba toda la mañana tumbado, sin hacer nada, con la mirada perdida en el poco césped que había en aquel jardín. Me dirigí a mi habitación, saqué del cajón el cuaderno que me había regalado papá por mi cumpleaños y me senté en el escritorio dispuesto a coger un bolígrafo y empezar a escribir cómo me sentía.
Antes de abrir el cuaderno lo observé. La cubierta era de cuero y tenía un aspecto envejecido. Pero, ¿por qué un cuaderno? ¿Por qué me habría regalado mi padre un cuaderno, si nunca me había interesado la escritura? Da igual, pensé, me venía bien en ese momento en que solo quería sacar lo que llevaba dentro desde primera hora de la mañana, desde que leí ese mensaje.
Abrí el cuaderno al fin y empecé a escribir. Quise plasmar los sentimientos encontrados que presionaban mi pecho: la alegría, la celebración de lo que él había conseguido, la admiración que sentía por esa persona… pero también la rabia, el malestar y la envidia ante la noticia de que él se iba justo cuando se daba la oportunidad de vivir algo tan bonito. Tristemente era así, me alegraba enormemente de su logro, esa beca para estudiar en Ámsterdam por la que tanto se había esforzado en conseguir; pero también rabiaba por perderlo de mi lado, por pensar que no volvería a verlo en mucho tiempo, porque habría dado lo que fuera por vivir yo también una experiencia así, a su lado.
Llevaba media hora ante las hojas en blanco de mi bohemio cuaderno y aún no había escrito ni una letra. Eran las 12 h, se suponía que debía llamarlo para felicitarlo y transmitirle mi felicidad ante la nueva etapa que estaba por empezar. Había sido el primero en enterarme, seguramente, y aún ni le había respondido. Pero habría sido tan hipócrita… no quería que se fuera, no estaba feliz por la noticia, me pasé dos semanas deseando que le denegaran la beca, estuve toda la mañana lánguido, tirado en la hamaca del jardín, muerto tras enterarme de que él, precisamente él, se iba.
Pensé que escribir cómo me sentía me haría bien, me ayudaría a desahogarme sin hacer daño a nadie. Tras más de una hora observando el cuaderno, pensando en qué sería de mí cuando se fuera, en por qué me regalaría mi padre ese cuaderno… pasaban por mi mente pensamientos que me hacían enfurecer, entristecer y hasta reír. Empecé a escribir frases que no me convencían e iba tachando:

Me enfurece enormemente…
¿Por qué ahora? ¿Por qué tú?
No quiero…

No encontraba la manera de plasmarlo. Era absurdo, por muy terapéutico que fuera, no se me daba bien escribir. Era el regalo más tonto que podían haberme hecho nunca, ¿un cuaderno? Yo no era ese tipo de persona, no iba a escribir un relato sobre lo que sentía para guardarlo en un cajón. Yo necesitaba actuar, expresarle lo que sentía, explicarle lo que verdaderamente me hubiera gustado que pasara. Eso me ayudaría a sacar lo que llevaba dentro de verdad.
Al fin, lo llamé y le dije que quería verlo, después de felicitarlo sin honestidad. Lo noté tan feliz durante la llamada que incluso me sentí mal después. Quedamos en vernos a las 18 h en el río, donde solíamos ir los dos solos a caminar, charlar, contarnos nuestras cosas.
Una fuerte ansiedad inundaba mi pecho cuanto más se acercaba la hora. Me duché, me vestí y salí de casa a las 17 h. Era temprano, pero quedarme quieto me ponía peor. Fui andando hasta el río, me senté a esperar en la roca en la que solía meditar cuando iba solo. Pensé en la manera de disimular mi rabia y mi tristeza, de explicárselo sin generar una situación incómoda. No tardó en llegar. Me gritó un ¡hey! con tono muy alegre que me hizo sonreír, me resultó inevitable. Me abrazó mientras me volvía a contar la noticia.
– ¡Que me voy a Ámsterdam! Todavía no me lo creo. –
– ¡Enhorabuena! Hay que celebrarlo. – le respondí en un gran intento de que no notara mi malestar.
Dimos un paseo por el río mientras me contaba una y otra vez cómo había recibido la noticia, las asignaturas que iba a estudiar en Holanda, los sitios que quería visitar e incluso los planes que tenía en mente si me decidía a visitarlo. Me limité a escuchar, sonreír de vez en vez y hacer alguna seña de alegría por lo que me contaba.
– ¿Estás bien? Te noto callado. – me dijo.
– Sí, estoy un poco cansado, eso es todo. – respondí.
– ¿Seguro? –
– Que sí… ¿Cuándo tienes el vuelo? – dije esquivando el tema.
– El martes que viene, tengo que ir haciendo la maleta. –
Siguió contándome los planes que tenía pensados para disfrutar de su estancia en la ciudad neerlandesa. Caminamos hasta que atardeció, le invité a venir a casa a tomar algo para celebrarlo.
Yo solo quería soltarle que no estaba contento, que me alegraba por él, pero que había sido un gran palo saber que se iba. Quería hacerlo. Llegamos a casa, cogimos un par de cervezas de la nevera y nos sentamos en el jardín. Él no callaba, parecía más ilusionado que un niño con una consola nueva. Ya a las 23 h me dijo que tenía que irse, iba a estar ocupado esos días con el tema del alojamiento y el papeleo de la universidad.
– Voy a intentar organizar algo con la peña y así me despido. – dijo antes de irse.
– Claro… – dije soltando un suspiro que no pude contener.
– ¿Seguro que estás bien? Te noto raro. –
– Sí, sí… en realidad… – dije mirándolo a la cara. –
– Dime. – su expresión cambió radicalmente, se mostró preocupado.
Mantuvimos la mirada durante varios segundos, los suficientes como para sentir que nos estábamos transfiriendo información telepáticamente. Al fin decidí contestar:
– Es una tontería, me he encontrado esta mañana un cuaderno de cuero que me regaló mi padre hace tiempo y me he puesto nostálgico. Ya sabes. –
Su cara quiso mostrar alivio, me transmitió que me había creído. Pero no era así, los dos lo sabíamos, él había caído en la cuenta de lo que yo podría estar sintiendo, o eso me gustó pensar para aliviar mi sufrimiento en soledad.
Se fue esa noche y, aunque fuéramos a vernos más veces, me dolió como si hubiera partido de mi vida para siempre.

6 Responses

  1. Pensamientos, emociones, sentimientos… El cuaderno, de nuevo me sorprende con que soltura y maestría te mueves por estas cualidades humanas tan complejas y versátiles, tanto en poesía como en la narrativa que presenta esta historia cuyo protagonista es «el cuaderno» convirtiéndolo en metáfora de la partida de un amigo extraordinario. Me encanta lo que expresas, da igual el género o el estilo. Gracias por escribir.

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